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miércoles, 13 de octubre de 2010

KRISHNAMURTI. Sobre el deseo.

Dijimos, en un capítulo anterior, que la felicidad era algo por completo diferente del placer; averigüemos, pues, qué implica el placer y si es de algún modo posible vivir en un mundo que no contenga placer sino un sentido extraordinario de felicidad, de bienaventuranza.

Todos estamos ocupados, de un modo u otro, en la persecución del placer, ya sea éste intelectual, sensual, o cultural: el placer de reformar, de decir a otros lo que deben hacer, de modificar los males de la sociedad, de hacer el bien, de lograr mayores conocimientos, mayor satisfacción física, mayores experiencias, mayor comprensión de la vida, todas cosas hábiles, astutas de la mente; y el placer supremo es, desde luego, tener a Dios.
La estructura de la sociedad es el placer. Desde la infancia hasta la muerte, ya sea secreta, astuta, o abiertamente, estamos persiguiendo el placer. Por lo tanto, cualquiera que sea nuestra forma de placer, creo que debemos ser muy claros al respecto, porque el placer va a guiar y moldear nuestras vidas. En consecuencia, es importante para cada uno de nosotros investigar atentamente, con vacilación y delicadeza, esta cuestión del placer, porque encontrar placer y después alimentarlo y sostenerlo, es una exigencia básica de la vida, y sin eso la existencia se vuelve torpe, estúpida, solitaria y carente de sentido.
Usted quizá se pregunte, entonces por qué la vida no debería guiarse por el placer. Por la muy simple razón de que el placer debe, por fuerza, traer pena, frustración, dolor y miedo, y a causa del miedo, violencia. Si usted quiere vivir así, viva así. De cualquier modo, la mayor parte del mundo lo hace, pero si usted quiere vivir libre de dolor debe comprender toda la estructura del placer.
Comprender el placer no es negarlo. No lo estamos condenando, no decimos que está bien o que está mal, pero si vamos en pos de él, hagámoslo con los ojos abiertos, sabiendo que una mente que todo el tiempo busca el placer, debe inevitablemente encontrar su sombra, el dolor. No pueden separarse, aunque corramos tras el placer y tratemos de evitar el dolor.
Ahora bien, ¿por qué la mente está siempre exigiendo placer? ¿Por qué hacemos cosas nobles e innobles arrastrados por la corriente oculta del placer?? ¿¿Por qué la delgada veta del placer nos incita a sacrificarnos y a sufrir? ¿Qué es el placer y cómo surge? No sé si se ha formulado usted estas preguntas y ha seguido las respuestas hasta el final.
El placer surge a la existencia en cuatro etapas: percepción, sensación, contacto y deseo. Digamos que veo un hermoso automóvil; enseguida tengo una sensación, una reacción, que se generan por el hecho de mirarlo; después lo toco o me imagino tocándolo, y entonces viene el deseo de poseerlo y de mostrarme en él. O veo una hermosa nube, o una montaña recortada contra el cielo, o una hoja que acaba de brotar con la primavera, o un valle profundo lleno de encanto y esplendor, o una gloriosa puesta del sol, o un rostro bello, inteligente, vivaz –no consciente de sí mismo, ya que entonces dejaría de ser bello-. Miro todas estas cosas con intenso deleite y, mientras las observo, no hay observador sino tan sólo belleza, pura como el amor. Por unos instantes, “yo” estoy ausente, con todos mis problemas, mis ansiedades y desdichas; únicamente existe esa maravilla. Puedo mirarla con júbilo y al instante siguiente olvidarla; de otro modo, interviene la mente y entonces empieza el problema: mi mente piensa sobre lo que ha visto y recuerda cuán bello era; me digo que me gustaría verlo de nuevo muchas veces. El pensamiento comienza a comparar, a juzgar y dice “debo tener eso mañana”. La continuidad de una experiencia que ha producido deleite durante un segundo, es alimentada por el pensamiento.
Lo mismo ocurre con el deseo sexual o cualquier otra forma de deseo. No hay nada malo en el deseo; reaccionar es algo perfectamente normal. Si usted me clava un alfiler, reaccionaré a menos que esté paralizado. Pero entonces interviene el pensamiento y, al rumiar sobre el deleite, lo convierte en placer. El pensamiento desea repetir la experiencia, y cuanto más uno la repite, más mecánica se vuelve; cuanto más piensa uno acerca de ella, más fuerza da el pensamiento al placer. Así pues, el pensamiento crea y alimenta el placer por medio del deseo, y le da continuidad; por consiguiente, la reacción natural del deseo ante cualquier cosa bella, es pervertida por el pensamiento. El pensamiento la convierte en un recuerdo, e el recuerdo es luego alimentado mediante el pensar en ello una y otra y otra vez.
Por supuesto, la memoria tiene su lugar en cierto nivel. En la vida cotidiana no podríamos funcionar en absoluto sin ella. En su propio campo tiene que ser eficaz, pero hay un estado de la mente donde la memoria tiene muy poca cabida. Una mente no paralizada por la memoria, es verdaderamente libre.
¿Ha notado alguna vez que cuando responde a algo completamente, con todo su corazón, hay muy poca memoria? Únicamente cuando no respondemos a un reto con todo nuestro ser, hay conflicto, lucha, y esto trae confusión y placer o dolor. Y la lucha engendra recuerdos. A esos recuerdos se suman todo el tiempo otros recuerdos, y éstos son los que responden. Todo cuanto sea resultado de la memoria es viejo y, por lo tanto, jamás es libre. No existe eso que llaman “libertad de pensamiento”; es puro disparate.
El pensamiento jamás es nuevo, porque es la respuesta de la memoria, de la experiencia, del conocimiento. Debido a que es viejo, convierte en vieja esa cosa que, por unos instantes, uno ha contemplado con deleite y ha sentido con intensidad. De lo viejo obtiene uno placer, jamás de lo nuevo. En lo nuevo no existe el tiempo.
Así pues, si puede usted mirar todas las cosas sin permitir que se introduzca furtivamente el placer, mirar un rostro, un pájaro, el color de un sari, la belleza de una extensión de agua brillando tenuemente bajo el sol, o cualquier cosa que genere deleite… si puede mirarla sin desear que la experiencia se repita, entonces no habrá dolor ni miedo y, por consiguiente, habrá un júbilo extraordinario.
El esfuerzo por repetir y perpetuar el placer, lo convierte en dolor. Obsérvelo en sí mismo. La propia exigencia de repetición del placer, origina dolor, porque lo que se repite no es lo mismo que fue ayer. Uno lucha por alcanzar el mismo deleite, no sólo para su sentido estético, sino que desea experimentar la misma cualidad interna de la mente, y entonces se siente dolorido y desilusionado porque eso se le niega.
¿Ha observado lo que ocurre cuando se le niega un pequeño placer? Cuando no obtiene lo que desea, se torna ansioso, siente envidia, rencor. ¿Ha notado que, cuando se le niega el placer de beber o fumar, o el placer del sexo, o cualquier otro placer, ha notado por cuántas batallas tiene que pasar? Y todo eso es una forma de miedo, ¿no es así? Usted tiene miedo de no obtener lo que desea o de perder lo que posee. Cuando alguna creencia o determinada ideología que ha sostenido durante años se ve sacudida o arrancada de usted por la lógica o la vida, ¿no tiene miedo, acaso, de quedarse solo? Esa creencia le ha brindado durante años satisfacción y placer, y cuando se la quitan se siente desamparado, vacío, y el miedo permanece hasta que usted encuentra otra forma de placer, otra creencia.

Esto me parece muy simple, y debido a que es muy simple rehusamos ver su simplicidad. Nos gusta complicarlo todo. Cuando nuestra esposa nos abandona, ¿no nos sentimos celosos? ¿No nos enojamos? ¿No odiamos al hombre por quien ella se sintió atraída? ¿Y qué es todo eso sino miedo de perder algo que nos ha proporcionado mucho placer, compañía, cierta condición de seguridad y la satisfacción de poseer a alguien?
Si usted comprende, pues, que donde hay búsqueda de placer tiene que haber dolor, viva de ese modo si así lo desea, pero no se limite a dejarse deslizar en él. Sin embargo, si quiere terminar con el placer, lo cual implica terminar con el dolor, debe estar totalmente atento a la estructura completa del placer; no ha de eliminarlo como hacen los monjes y los sanyasis, que jamás miran a una mujer porque piensan que hacerlo es pecado y, debido a eso, destruyen la vitalidad de su comprensión; tiene que ver el significado y la importancia del placer. Entonces conocerá una felicidad extraordinaria en la vida. Usted no puede pensar acerca de la felicidad. La felicidad es algo inmediato, y al pensar en ella uno la convierte en placer. La vida en el presente es percepción instantánea de la belleza y el gran deleite que es implica, sin que uno busque obtener placer de ello.

Extraído de "libérese del pasado" capítulo 2. recopilado en "Hacia la libertad total"

1 comentario:

  1. Placer: comerse un helado de chocolate una vez al mes. ( implica deseo, placer, moderación, y quizá arrepentimiento).
    Felicidad: agradecer poder comer, hacer las comidas más llenas, más plenas ( aquí y ahora, presencia, degustar, oler, sentir).

    Placer: oler una rosa.
    Felicidad: poder olerlo todo, agradecer poder oler.

    Ampliar la felicidad, reduciendo el placer.
    No sé si es el sentido que Jiddu le da, pero es el que yo interpreto, y me parece fenomenal.

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